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domingo, 20 de mayo de 2018

Un paso a la vez

La vida es caminar. Ayer fui a pie a la universidad. Es uno de mis deportes favoritos, por no decir, que es el único que práctico. Pero el viernes caminé dos (2) horas. Comprobé que es mejor caminar en tenis en distancias largas. Me alegró la cabeza y el cuerpo. Es casi imposible acallar la mente. Últimamente hablo demasiado e interrumpo a las personas. Debo callar las palabras y los pensamientos.

La semana fue espectacular. Aunque solo escribí una sola vez en mi diario, ahí lo tengo como mi más fiel compañero. Intenté dibujar y fue horroroso el resultado. El primer dibujo, más o menos. El segundo, regular. Y el tercero, horrible. Logré leer un cuento corto de Samanta Schweblin. Es triste. Es sobre un hombre maltratado por su madre. Le encantan los juguetes. Le gusta el orden cromático. Al final el círculo lo atrapa y parece condenado a esa relación.

Conocí a personas increíbles esta semana. Fui a una zona rural de Bogotá. Las personas son tan amables que todavía no alcanzo a comprender tanta gentileza. Estuve con María y María E. Me confundí nombrando a cada una. Dije María cuando a MaE no le gusta María. Fue lindo ver los ojos brillantes de María. Lucía preciosa.

A veces los demonios nos atragantan, nos absorben. Pero son ellos los que nos hacen creer en sí mismas. Parece tonto lo que digo. Pero el inframundo o los bajos instintos me han llevado a creer en mi. O puede que no. Puede que solo invente eso en este momento. Puedo decir que de la fragilidad nace mi fortaleza. De mi mutilación, mi inspiración. Y de mi calva, mi poder.

Hablé con Lucía. Descubrí que tenía un perfil en una página de citas para conocer gente o parejas. Se describía como una mujer exitosa y pedía la perfección en la persona que quería encontrar. Parecía imposible. Lo comparé con pasar a la Universidad Nacional. Le reclamé porque no nos veíamos. El encuentro no iba a suceder. Un chocolate que nunca llegará. Pero volví a encontrar el café de chocolates y dulces sin azúcar más delicioso que he conocido: Philippe. Logré arrancarle una foto en piyama de vaquita anti sexy y una sonrisa.

Y ya tengo una cita con Chaplin el 29 de mayo. Ese día no estarás pero sí el cine. No será el 19, 25, 26 o 29 de mayo. Será cuando el destino quiera. O ya quiso. Solo que las ilusiones me entretienen y revuelven mi espíritu.

El viernes en la noche, en la tienda de Cascabel, de la carrera 11 con calle 85, estaban unas personas adineradas. Eran dos (2) familias. Tenían una hija adolescente y un niño. A la gente le asusta mi gorro negro. Sienten miedo o les da pavor que les haga algo malo. Lo uso porque ahora me gusta el estilo skater.  Una de las señoras me miró de abajo arriba. Parecían incómodos con mi presencia. La tendera me encargó con otra vendedora, no con el fin de atenderme como una potencial compradora sino como una 'persona de cuidado'. Lo más lindo, fue ver al padre decirle a su hija: ¡¿cachetes redondos, quieres helado de vainilla o chocolate?! Ella sonrió y se sonrojó. Sintió pena o vergüenza. Y el padre pidió: tres litros de helado, por favor.

También había una chica joven de 25 a 30 años. Miré su vestuario. Un saco mostaza y una chalina con figuras de oriente medio. Se veía elegante. Luego salí del lugar y una chica iba con un morral. Era mona. Y de pronto volteó y entró a unas tiendas sofisticadas de comida y moda. Pensé que estás chicas son las personas que busca Lucía: sofisticadas, elegantes, adineradas y de nivel cultural alto. Que sepan de música, lean muchos libros y les guste estudiar. Según Lucía, todo fue inspiración. ¡Vaya inspiración! Parece que las personas con defectos no son atractivas.

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